Pecesita Voladora
Hace cinco minutos, justo cuando desperté, me quedé observando un punto negro en el techo. Estaba recordando una anécdota divertida que sucedió hace aproximadamente un año.
Había ido depeda pijamada al rancho de una de mis mejores amigas. Bueno, en realidad no era tan grande cómo un rancho pero no era tan chico como una casa grande, pero tampoco era como una quintblablablabla ¡YA! Equis. Estaba ahí. Había un pony, patos de diferentes tamaños, colores y "sabores" (eso lo dijo su abuelita), gallinas, perros, pollitos, total, casi, casi, era una granja. El lugar estaba agradable, jugamos en la alberca con frisbee, asamos carne rica, unas cheves frías jumex y chocolalas, buena música y se hizo el ambiente rico.
Ya entrada lapeda noche, me dieron ganitas de hacer pipí, y en el camino se me atravesó un hermoso patote cojo. ¡Era enorme! casi me llegaba al ombligo el maldito pato, de ojo verde, y morenote, gordo, bien sexy el pinche pato. Me acerqué al patote:
-¡Patito bonito! ¡ven patito bonito! (apenas y podía mantenerme en equilibrio)
-¡Patito parito anda patito!
El pato vizco y cojo me observaba con cierto odio, rencor, desconfianza, no supe exactamente qué era, pero podía notar la llama del mal ardiente en su pupila.
Mi amiga, buscándome, notó mi nariz a unos cuántos centímetros del pato mientras yo le hablaba cariñosamente.
-¡¡¡¡¡CORRE!!!!!-Gritó
Yo no lo procesé, me volví para ver al pato y un terror me invadió hasta la última célula de mi cuerpo, vi cómo el odio del pato hacia mí se había potenciado, y una potente mordida me habría arrancado la nariz si no me hubiera movido. El terror y la adrenalina hicieron una buena combinación en mí que me permitió correr como jamás había corrido. (Cabe mencionar que yo no hago nada de ejercicio, claro lo dejé en ESTE post) pero ese día me sentí toda una chica olímpica. La Guevara me habría quedado corta en velocidad en ese momento que huí del pato, pero para mi sorpresa, el pínche pato me iba mordiendo los talones, no sé cómo lo hacía, no me atreví a voltear atrás, supongo que se impulsaba aparte de sus pies, con sus alas por que yo sabía que no estaba corriendo, sino que levitaba, como un demonio, un demonio sediento de mi sangre. Corrí con todas mis fuerzas pero solo le llevaba unos centímetros de ventaja al pato.
Pude percatarme que todos mis amigos habían salido a ver el espectáculo tal vez por el escándalo que hacíamos el pato y yo, él con sus roncos y malévolos (cruac cruacs) y yo con mis gritos de damisela secuestrada. Mis amigos estaban cagados de risa en el suelo, doblados de la risa a carcajadas y el pinche pato aún corría atrás de mí, claro que el pato me llevaba ventaja por que él estaba sobrio, y yo aparte de mareada, ya estaba torpe. Llegó un momento en que me cansé de correr, empezaba a darme por vencida, el pato del diablo me alcanzaría, se comería mis ojos, mis tripas, y eructaría una uña postiza mía, pero mi ángel de la guarda me puso una camioneta de caja frente a mí, y una idea fabulosa vino a mi mente. Un par de metros antes de llegar a la caja, salté, giré una o dos marometas en horizontal, y caí dentro de la caja, el pato se había estrellado con la defensa y yo, estaba a salvo.
Sí, mis amigos seguían cagados de risa, pero yo me sentía orgullosa de mí. De haber vencido al pato del diablo.
Hace cinco minutos, justo cuando desperté, me quedé observando un punto negro en el techo. Estaba recordando una anécdota divertida que sucedió hace aproximadamente un año.
Había ido de
Ya entrada la
-¡Patito bonito! ¡ven patito bonito! (apenas y podía mantenerme en equilibrio)
-¡Patito parito anda patito!
El pato vizco y cojo me observaba con cierto odio, rencor, desconfianza, no supe exactamente qué era, pero podía notar la llama del mal ardiente en su pupila.
Mi amiga, buscándome, notó mi nariz a unos cuántos centímetros del pato mientras yo le hablaba cariñosamente.
-¡¡¡¡¡CORRE!!!!!-Gritó
Yo no lo procesé, me volví para ver al pato y un terror me invadió hasta la última célula de mi cuerpo, vi cómo el odio del pato hacia mí se había potenciado, y una potente mordida me habría arrancado la nariz si no me hubiera movido. El terror y la adrenalina hicieron una buena combinación en mí que me permitió correr como jamás había corrido. (Cabe mencionar que yo no hago nada de ejercicio, claro lo dejé en ESTE post) pero ese día me sentí toda una chica olímpica. La Guevara me habría quedado corta en velocidad en ese momento que huí del pato, pero para mi sorpresa, el pínche pato me iba mordiendo los talones, no sé cómo lo hacía, no me atreví a voltear atrás, supongo que se impulsaba aparte de sus pies, con sus alas por que yo sabía que no estaba corriendo, sino que levitaba, como un demonio, un demonio sediento de mi sangre. Corrí con todas mis fuerzas pero solo le llevaba unos centímetros de ventaja al pato.
Pude percatarme que todos mis amigos habían salido a ver el espectáculo tal vez por el escándalo que hacíamos el pato y yo, él con sus roncos y malévolos (cruac cruacs) y yo con mis gritos de damisela secuestrada. Mis amigos estaban cagados de risa en el suelo, doblados de la risa a carcajadas y el pinche pato aún corría atrás de mí, claro que el pato me llevaba ventaja por que él estaba sobrio, y yo aparte de mareada, ya estaba torpe. Llegó un momento en que me cansé de correr, empezaba a darme por vencida, el pato del diablo me alcanzaría, se comería mis ojos, mis tripas, y eructaría una uña postiza mía, pero mi ángel de la guarda me puso una camioneta de caja frente a mí, y una idea fabulosa vino a mi mente. Un par de metros antes de llegar a la caja, salté, giré una o dos marometas en horizontal, y caí dentro de la caja, el pato se había estrellado con la defensa y yo, estaba a salvo.
Sí, mis amigos seguían cagados de risa, pero yo me sentía orgullosa de mí. De haber vencido al pato del diablo.